Comentario
II. Los indios del suroeste a travÉs de las crÓnicas
Los indios que hoy llamamos pueblo y que habitan el suroeste de los Estados Unidos no pertenecen a una sola familia. Aunque podamos reconocer similitudes en sus culturas, no obstante sus actitudes religiosas, ideológicas y simbólicas manifestadas en sus rituales, hacen que notemos sus diferencias. Sus costumbres pasaron a la historia al ser descritas en las crónicas de los españoles que les observaron por primera vez en el siglo XVI. Ellos les bautizaron con el nombre de pueblos. Este nombre es un término general que se aplicó a los muchos nativos del Río Grande que vivían en alojamientos permanentes formando pueblos, en lugar de ser nómadas como los indios comarcanos.
En la época de la conquista española los indios pueblos tendrían una población de unas 20.000 almas habitando unos 70 pueblos. Pero a pesar de sus semejanzas pertenecían a muchos grupos lingüísticos.
En el noroeste vivían los hopi o moqui que hablaban shoshonean, una lengua parecida a la de los utes y comanches.
En el oeste de lo que hoy es Nuevo México estaban los zuñi que hablaban una lengua de la cual no encontramos afinidad con ninguna otra.
Al este de los zuñi vivían los keres (queres), divididos en dos grupos, uno a orillas del río Puerco y otro en el río Grande, al norte de Alburquerque. Al igual que la lengua zuñi, la lengua queresa no tenía afinidades con otras.
El resto de los pueblos pertenecía a la familia lingüística de los tanoan que estaba dividida en tewa, tigua, jemez, tano y piro.
Excepto los tano y piros, que han desaparecido, todos los demás pueblos viven hoy día aproximadamente en la misma área e incluso en el mismo lugar, practicando las mismas costumbres que observaron los españoles en 1540.
Hoy el número es más reducido. Hay sólo 26 pueblos y con una población aproximada de 9.000 habitantes.
Aunque reducidos en número por muchas causas y de alguna manera influenciados por el contacto español, mexicano y angloamericano, la vida de los pueblos sigue hasta hoy unida a sus tradiciones pasadas, conservando sus rituales ceremoniales tal y como fueron descritos en las fuentes españolas.
Uno de los primeros pasos para reconstruir esta historia es observar la ubicación de estos pueblos en la época hispana o compararla con la posición que ocupan hoy día. Unos de los elementos que más nos sorprende es la movilidad de estos indios, a pesar de la sólida construcción de sus pueblos y del trabajo necesario para construirlos. Los indios pueblos están menos afincados a sus casas de lo que podríamos suponer. Exceptuando los pueblos de Acoma y Zuñi, ningún otro ocupa exactamente el mismo lugar que ocupaba en 1540. A veces el mismo pueblo se ha mudado unos cuantos kilómetros y construido sus casas a poca distancia del anterior. Las razones del cambio no parecen justificadas en algunos casos. Desde el primer momento del contacto hispano, ya observaron los cronistas la cantidad de ruinas que había entre pueblo y pueblo. A veces obedecían a motivos de guerra, otras desconocemos el porqué los abandonaron y aún hoy día, por razones aparentemente triviales, mantienen esta costumbre4.
Sin embargo, es de notar que aunque estos cambios de lugar, hayan sido frecuentes, el área de los pueblos es sagrada. Esta área se ha mantenido y defendido con pasión porque a ella está vinculada la leyenda de su origen.
El origen de los pueblos en general y en particular de los indios queres se remonta a su mundo de infratumba en que habitaban el centro de la tierra. El pueblo zuñi ocupa hoy el centro de los pueblos. De este mundo subterráneo emergieron un día porque el dios Sol necesitaba la harina de maíz y las plegarias del palo que los indios le consagran. En su ascenso a través de cuatro mundos perdieron sus rabos animales y se convirtieron en humanos. Uno de los lugares en que se establecieron en este proceso emigratorio fue el cañón del Pajarito Plateau5.
En este cañón se han encontrado casas construidas en las inmensas rocas que forman amplias cuevas. Una de estas casas comunales, edificada en el interior de la cueva formada por la erosión, llega a tener 400 cubículos de diversos tamaños. Las paredes o muros ascienden a una altura de tres estados.
Cuando estas cuevas se usaron como pueblos las primeras casas, naturalmente, fueron edificadas en la superficie más llana del interior. Luego hubo que nivelar las superficies más irregulares y finalmente se formaron terrazas para ensanchar el espacio.
En estas circunstancias, el aprovechamiento de la superficie era esencial y cada nueva adición estaba superpuesta sobre las inferiores. Quizá este tipo de construcción, nacido de razones utilitarias, formó parte de la cultura pueblo y de allí proviene el estilo peculiar de agrupar sus habitaciones en diferentes niveles que hoy se considera típica arquitectura pueblo.
Los mitos representan incidentes de su pasado cuando carecían de las costumbres de que gozan ahora. El mito para el indio es importante. La leyenda de su historia pasada seduce su imaginación y acentúa los sentimientos interiores de los indios que creen que el mundo sensorial y el mundo del espíritu están unidos totalmente; hasta el punto de que el mundo de los sentidos está regido totalmente en los más pequeños detalles por el mundo del espíritu6.
Cuando los indios tratan de dar un orden cronológico a estos mitos, se convierten en recuerdos históricos del principio de su tribu; algo que no deben olvidar y que por lo tanto pasa de generación en generación a través de tradición oral.
El período histórico propiamente dicho de los queres empieza en 1540, pero sabemos por sus tradiciones que dos siglos antes ya vivían allí y según los restos arqueológicos puede esta tradición ser confirmada. Según los restos hallados, los pueblos queres del siglo XVI eran: Acoma, Castil, Glanco, Castildabio, Cochiti, Guaxitlán, La Barraca, La Guarda, La Rinconada, Quirex, San Felipe, Santa Ana, Santo Domingo, Talaván y Zía.
Algunos de estos pueblos habían sido habitados durante 200 años. Varios de ellos siguen habitados y otros estaban ya deshabitados en la época colonial.
Los queres a través de las crónicas
Los exploradores españoles que penetraron en el suroeste de los Estados Unidos tratando de expander el Virreinato de Nueva España fueron infatigables viajeros. En sus viajes lo observaron todo y lo dejaron escrito. Sus narrativas nos permiten hoy día localizar las zonas arqueológicas de cada pueblo que estaba habitado o deshabitado a su paso.
Casi es imposible pensar que hubiese habido algún lugar de importancia pasado por alto. Su detallada descripción nos hace pensar que cualquier pueblo no identificado o mencionado en sus anales puede ser considerado como abandonado antes del año 1540.
Hoy día se puede encontrar evidencia de este hecho porque en las excavaciones se encuentran restos de utensilios europeos o huesos de ganado caballar o lanar que no existen en capas inferiores. Así podemos diferenciar la antigüedad de diversas zonas arqueológicas. Esta movilidad de que hablábamos antes hace que el suroeste sea una meca para la arqueología y dé origen a toda clase de leyendas emigratorias en que los indios creen. La cuna de sus antepasados reside siempre entre unas ruinas cercanas. Esto coincide con su idea típica de la mitología queres de que la vida es un camino. Sus ceremonias están llenas de caminos hechos con harina sagrada que marca senderos para sus espíritus.
Coincidiendo con esta ideología, no nos ha de extrañar que el camino de su historia nazca de una leyenda. Las antiguas fábulas europeas o indias se unen en el suroeste de los Estados Unidos como un gigantesco cordón umbilical del Viejo al Nuevo Mundo.
Los indios pueblos fueron descubiertos por los españoles que buscaban las Siete Ciudades. Esta leyenda se identifica con el suroeste de los Estados Unidos. Y sin embargo, la tradición de las Siete Ciudades había vivido en la mente española por más de setecientos años. Se decía que los moros de África al invadir la Península Ibérica habían forzado a muchos cristianos, acompañados de siete obispos, a abandonar España y a navegar por el mar desconocido, el océano Atlántico. Los cristianos habían descubierto la isla de Antilia. Cada obispo había fundado su ciudad y, el mágico número siete aparece en la historia.
La isla de la Antilia fue dibujada en el mapa de Toscanelli, en la carta de marear de Grazioso y en la de Martín Behain. Estos mapas falsificaron la proximidad de Europa y Asia y fue el origen de que Colón buscara su ruta en el oeste.
Sin embargo, aunque para 1492 el mito ya estaba disipado, todavía cincuenta años más tarde seguía presente en muchos recuerdos. Si las Siete Ciudades no eran una isla, quizá podrían ser descubiertas en el continente americano.
Y esta leyenda dio comienzo a nuestra historia... Nuño Beltrán de Guzmán7 tenía un sirviente llamado Tejo, el cual decía haber visitado siendo niño unos pueblos edificados de adobe con casas adornadas con preciosos metales. Aquella comarca situada al norte de México tenía ¡Siete Ciudades especiales!
El misterio del norte quedaba todavía en la oscuridad. Hernán Cortés recorría incansablemente el mar de la Baja California buscando nuevas ciudades. Ahora la historia de Tejo daba otro aliciente a su búsqueda.
Quizá la historia recordada por Tejo tuviera alguna base real. Sabemos que hubo intercambios de productos mucho antes de la conquista. La ruta del Norte al Sur cruzaba por el río San Pedro en Arizona y el río Grande en Nuevo México. La ruta desde el Pacífico al Este tenía dos caminos. Uno cruzaba el río Colorado en territorio de los indios yuma, y otro cerca de Needles. Ambas rutas se unían cerca de los pueblos zuñi y, se convertían en una sola ruta que avanzaba hacia las llanuras de los bisontes atravesando el río Grande cerca de lo que hoy es Bernalillo y que era el pueblo tigues de las crónicas. Es decir, que la ruta cruzaba entre los pueblos zuñi y lo que hoy es Alburquerque, el centro de la comarca ocupada por los indios pueblos.
En las excavaciones arqueológicas esta ruta está marcada por una variedad de conchas marinas de 38 especies originarias del golfo de California, y nueve especies que procedían del océano Pacífico. Al mismo tiempo sabemos que productos derivados del búfalo llegaban a California a través de Nuevo México, Arizona y Sonora.
Las crónicas nos lo confirman cuando Oñate nos dice que entre los búfalos los indios vaqueros cruzan para comerciar con los picures y taos donde cambian pieles por algodón y maíz y unas piedras verdes que usan8. En la carta de Alonso Sánchez se dice de los pueblos que los nativos son inteligentes campesinos, y dados al comercio que llevan de provincia a provincia sus frutos9.
En la expedición de fray Marcos vinieron a verle indios de otras islas que tenían colgadas de la garganta muchas conchas y le dijeron que había perlas. Le dijeron que más adelante había gentes vestidas de algodón... que tenían vajilla de oro... y unas paletillas de él con que se raen y se quitan el sudor. Los indios de la costa le dijeron que iban a Marata, Acus y Totonteac (indios pueblos) a comprar turquesas y, cueros que lo rescataban sirviendo en Cibola cavando la tierra.
A finales de 1535, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Andrés Dorantes de Carranza y Alonso de Castillo Maldonado aparecieron en el río Grande después de cruzar el perímetro total de lo que hoy llamamos el suroeste de los Estados Unidos. Con ellos venia un sirviente moro que se llamaba Estebanico10. Los tres españoles y el africano eran los únicos supervivientes de entre 300 españoles náufragos en La Florida. Aunque cautivos de los indios y héroes de muchas penalidades, pudieron encontrar a los españoles después de ocho años y tres meses de caminar perdidos por la nación de las vacas. En su camino habían oído a los opatas hablar de los productos que habían intercambiado con pueblos sedentarios que iban vestidos de gamuzas y vivían en casas de muchos pisos de altura.
No era importante lo que Vasco Nuño dijera. Lo importante era que la gente quisiera oír y creer. Al pasar el tiempo, estas ciudades crecieron en imaginación y en riqueza. Quizá otro nuevo México esperaba ser descubierto.
Estebanico, el moro, fue el encargado de guiar la expedición de fray Marcos. El fraile era un experto misionero de gran coraje que había enviado al rey copiosos informes sobre el mal trato que recibían los indios. El virrey, don Antonio de Mendoza, creía que era hombre de fiar... experto en cosmografía y en las cosas del mar, tanto como en teología.
En 1538, Carlos V aprobó la expedición al norte, y el virrey Mendoza dio cuidadosas instrucciones al religioso para que tratara bien a los indios y llevareis mucho aviso de mirar la gente, si es mucha ó poca, y si están derramados ó viven juntos. Debería observar la calidad de la tierra, el clima, la flora y la fauna. La orografía, los metales... y si por si acaso encontrara algún trozo de mar la tierra adentro11.
Fray Marcos en su viaje se certificó que la Baja California ser isla y no como algunos quieren decir tierra firme y ví que della pásaban á la tierra firme en balsas, y de la tierra firme á ella, y el espacio que hay de la isla á la tierra firme, puede ser media legua de mar.
Estebanico, que se le había adelantado, decidió actuar por su cuenta y abusar de sus privilegios. Vestido lujosamente fingía ser hechicero y hacía que le sirviesen su comida en vajilla de loza verde. Exigía regalos de los indios y abusaba de sus mujeres y de su hospitalidad. En su camino iba mandando noticias al fraile que le seguía muy despacio. Las noticias eran impresionantes y decía que en esta provincia hay siete ciudades muy grandes; las más pequeñas de un sobrado y una azotea encima, y otras de dos y tres sobrados, y la del señor de cuatro, juntas todas por órden; y en las portadas de las casas principales muchas labores de piedras turquesas... y la gente destas ciudades anda muy bien vestida12.
Estos reinos se llamaban Marata, Acus y Totonteac.
Al mismo tiempo fray Marcos iba investigando de los otros indios la verdad de estas noticias y ellos al tentar el hábito franciscano de paño de Zaragoza le habían dicho que en Totonteac las casas estaban llenas de esta ropa obtenida de unos animales pequeños, los cuales quitan lo con qué se hace esto que tú traes. Es más, el tamaño de los animales era grande comparado con los galgos de Castilla que acompañaban a Estebanico. Los indios con los que se encontraba fray Marcos le hablaban de las Siete Ciudades de Cebola y para que él los creyesen tomaban tierra y ceniza, y echábanle agua y señalabanme como ponían la piedra y como subían al edificio arriba, poniendo aquello y piedra hasta ponello en lo alto, luego tomaban un palo y poníanlo sobre la cabeza y dezían que aquel altura hay de sobrado a sobrado.
Este término Siete Ciudades de Cebola es un factor de gran importancia pues no se sabe que apareciera previamente en ningún otro documento. Desde entonces las siete ciudades famosas desde el siglo VIII habían sido encontradas y bautizadas con un nuevo nombre: ¡Las Siete Ciudades de Cebola!
El final de Estebanico estaba cerca. Su mágica medicina, sus cascabeles extraños, su proceder abusivo atrajeron la desconfianza de los nativos. Le mataron y repartieron su cuerpo. En los primeros pueblos quedaron abandonados sus amuletos, sus turquesas, sus galgos y su vajilla de loza verde.
Cuando le llegó la noticia a fray Marcos, no pudo sino observar desde lejos el lugar de su muerte, y desde un cerro lejano vio (o creyó ver...) una ciudad más grande que la ciudad de México que era la más grande y la mejor que se había descubierto13. El fraile, temeroso por su vida, regresó a dobles marchas sin ver más del país.
Cuando llegó a México su relato fantástico fue creído y la expedición de Coronado se encargó de probar que los zuñi, el pueblo en que mataron a Estebanico, era un pueblo pobre, apiñado, comparado con el cual, había ranchos en Nueva España de mejor apariencia. Los zuñi aún recuerdan en sus tradiciones la triste figura de Estebanico. Señalan las ruinas de Kiakima en la montaña del Trueno y dicen que allí fue donde murió el negro mexicano.
La expedición de Coronado iba a demostrar la dura realidad pero también iba a abrir nuevos horizontes en la geografía americana. Con él iba don Pedro Tobar, que descubriría los pintorescos pueblos hopi; otro de sus hombres, López Cárdenas, descubriría el impresionante Gran Cañón del río Colorado, y el capitán Alvarado iría a buscar los célebres bisontes de las llanuras.
Con la expedición de Coronado, los indios pueblos pudieron observar por vez primera el rítmico galopar de los caballos, su olor, su relincho. Aquellos centauros españoles iban vestidos de metálicas armaduras y llevaban el trueno en sus manos. Una nueva vida se presentaba para los indios del Oeste.
Si era verdad que estos indios no conocían la lana, ni adornaban sus casas con turquesas, ni California era una isla, quizá sería verdad lo que fray Marcos decía del reino de Acus. Un soldado de Coronado, el capitán Alvarado, comenzó su jornada y en cinco días de marcha llegó al pueblo de Acuco situado en una roca14.
El pueblo, en seguida, llamó la atención de cada español que recorrió tal camino. Era un pueblo fortaleza, construido en una alta meseta rocosa cuyos habitantes guerreros eran temidos por toda la provincia. La ciudad en su cima, hoy llamada Acoma, es la ciudad más antigua, permanentemente habitada por los indios pueblos. Alvarado escribiría: Saliéronnos de paz, aunque bien pudieran escusarlo é quedarse en su peñol sin que les pudiéramos benojar.
Castañeda lo describe diciendo que pasó el campo por Acuco el gran peñol y como estaban de paz hicieron buen hospedaje dando bastimientos y, abes auque ella es poca gente como tengo dicho a lo alto subieron muchos compañeros por lo ber y los pasos de la peña con gran dificultad por no aber usado porque los naturales lo suben y bajan tan liberalmente que ban cargados de bastimentos y las mugeres con agua y parece que no tocan las manos y los nuestros para subir auian de dar las armas los unos a los otros por el paso arriba.
En la Relación de Suceso se dice que Alvarado encontró una roca con un pueblo en lo alto, la ciudadadela más fuerte que se pudo ver en el mundo y que en su lengua llaman Acuco15. El ejército de Coronado al ascender a lo alto notó la cisterna de agua de lluvia que abasteció al pueblo y el muro de rocas que tenían preparado para su defensa. Jaramillo en su narrativa lo identifica con el pueblo Tutahaco. Es el mismo pueblo de Acoma que en la Relación Postrera de Sivola nos dice que estaba a cuarenta leguas con diezientas casas.
Arqueólogos y etnólogos han presentado muy poca evidencia y datos acerca del origen de Acoma que está todavía envuelto en la leyenda.
Los habitantes de Acoma eran indios queresan. Su provincia contiene hoy día otros pueblos de la misma lengua: San Felipe, Santo Domingo, Santa Ana, Cochiti y Sia, al Oeste. Cerca de Acoma está Laguna. En las leyendas sus vecinos de Zuñi los llaman los que beben del rocío, dado que sus pueblos están separados del río. Hay muchas leyendas que les asocian con los pueblos de Tusayan o Hopi en cuyas tradiciones persiste la idea de emigraciones a Acoma. Sin duda su fama de guerreros era justificada por su situación en la roca que era inaccesible y que nunca, hasta hoy, han abandonado. No sabemos nada de su principio y su historia empieza en la expedición de Coronado en el año 1540.
Las ruinas de la Cañada de la Cruz y una meseta perfecta llamada Katzimo se cree pueden ser el origen de sus antecesores. Las tierras de labor están lejos de la meseta rocosa, en Acomita, donde la población emigra en los veranos para cultivar la tierra, tal y como observaron los españoles. Por la proximidad con los zuñi y por la cantidad de ruinas que une a ambos pueblos podemos comprender la similitud de costumbres que practican.
A partir de la expedición de Coronado, una nueva serie de conquistadores van a frecuentar el camino abierto por Alvarado. Con la expedición de Chamuscado llegaron los primeros misioneros a Nuevo México y se produjo el primer mártir franciscano entre los pueblo. Chamuscado, al pasar por Acoma, observó que había tinas 500 casas de tres o cuatro pisos de altura.
La necesidad de ir en ayuda de los misioneros y de investigar la muerte del padre Santa María produjo una nueva entrada. El nuevo capitán era un comerciante llamado Espejo16 que a su paso por Acoma escribió (su cronista Luxán) que: está edificado este pueblo por la guerra que tiene con los indios querechos, que son como los chichiniecos, en un alto cerro de peña atajada, que tiene cuatro subidas cuanto puede subir una persona a pie todos los escalones en la propia peña atajada y las propias puertas de las casas a manera de compuertas. Vélanse de día y noche, saliéronnos á recibir los naturales é por nos hacer fiesta, hicieron un mitote muy solemne á el uso mexicano, y que entraban mugeres con mantas mexicanas muy galanas de pintura é plumas é otras galas, é allí nos dieron muchas manta é gamuzas, é gallinas, é maíz. Espejo dice que en este baile usaban unas serpientes vivas que causo impresión a los españoles. A unas leguas de distancia hallamos muchos sementeras de maíz de riego, con sus acequias y presas, como si españoles lo hicieran. Hoy se llama Acomita17.
La marcha de Espejo seguida a través del diario de su acompañante Luxán nos va a describir el territorio limítrofe con Acoma. Así nos comunica las frecuentes nevadas de poca duración, el terreno volcánico por el que han de atravesar y el descanso que hicieron al llegar a un ojo de agua al pie de un Peñol, á el cual paraje llamamos el Estanque del Peñol.
Estos lugares descritos por vez primera por ojos españoles van a marcar páginas interesantísimas en la historia del Oeste americano.
El autógrafo de roca
Este peñol descrito por Luxán, y sin duda alguna visitado por Coronado anteriormente, quedó señalado en la historia durante más de 300 años en que cientos de españoles, misioneros, soldados y luego angloamericanos tuvieron que acampar, al abrigo de esta roca, en cuevas naturales y con agua a su disposición.
Muchos dejaron sus nombres escritos en la pared lisa de la roca que como una gran pizarra calcárea se presta al mensaje carvado con la daga. Otros nombres con los que vamos a continuar nuestra historia aparecen en sus muros. Algunos tan importantes como el del gobernador Oñate en 1605. Todavía hoy día podemos leer en El Morro (así se llama este peñol que es hoy monumento nacional de los Estados Unidos) el autógrafo de Oñate hecho quince años antes de que los peregrinos llegaran a Plymouth Rock. Dice así:
Pasó por aquí el adelantado Don Juan de Oñate
del descubrimiento de la mar del Sur
A 16 de Abril de 1605.
Junto con este autógrafo hay otro posterior, pero no menos famoso, del general don Diego de Vargas:
Aquí estuvo de General Don Diego de Vargas
quien conquisto a nuestra Santa Fe y a la Real
Corona todo el Nuevo México a su costa. Año de 1692.
La historia se hizo piedra y todavía pueden leerse cientos de mensajes de personajes que en medio del desierto pararon en la laguna como un:
ojo de agua al pie de un Peñol...
Si es verdad que los indios iban saciando su curiosidad y observando a los españoles con detalle, otro tanto ocurre con nuestros narradores. La vida religiosa de los indios queres sorprende a Luxán y nos dice que hay unas casillas de oraciones donde hablan al Diablo é le ofrecen ollas y cazetas con pinole é otras legumbres, puso el Padre Fray Bernardino junto á una Cruz y entraron dentro algunos criados por cazetes, y decían los viejos que ya no estaba el Diablo en la Casa que habían puesto los cristianos, y por que habían entrado dentro de la casa18.
El encanto de estas narraciones aumenta más al observar la penetración que supone en la enigmática religión india. Estamos aquí delante de las primeras descripciones de las kivas o cámaras sagradas que los españoles llamaron luego estufas y en las cuales había ofrendas de ollas de harina sagrada y ofrendas de palos como nos describen las crónicas.
Espejo cree que los queres tenían cinco pueblos con más de quince mil habitantes y que eran idólatras. Las casas eran de tres pisos y estaban gobernados por un cacique que no tiene autoridad excepto en su propio pueblo19. El pueblo que es la cabecera se dice Sia y es un pueblo muy grande que yo andube con mis compañeros en que había 8 plazas con mejoradas casas de las referidas atrás, y las más déllas encaladas y pintadas de colores y pinturas, al uso mexicano.
Espejo que queda impresionado de la calidad de los panes de harina de maíz con mucha curiosidad, así en el aderezo de las viandas como en todo lo demás; es gente más curiosa que las demás provincias que hasta aquí hemos visto, vestido y gobierno como lo demás20.
Nos dice que en Sia había tres caciques para gobernarla. Uno se llamaba Quasquite, otro Quichir y otro Quatho21. El nuevo encuentro de los queres con los españoles va a hacerse en 1598 en la expedición colonizadora de don Juan de Oñate. Era el mes de mayo de 1598 cuando los indios piros vieron aparecer en el horizonte la caravana del fundador de Nuevo México: Oñate. Hasta ahora estaban acostumbrados a alojar a unos cuantos exploradores o algún ejército de paso, pero lo nunca visto aparecía en la distancia. Carretas tiradas por bueyes: 7.000 cabezas de ganado, familias enteras confundiéndose entre las carretas y los animales que iban abriendo los primeros surcos por los caminos polvorientos del Oeste. Aquella caravana venía presidida por un grupo de conquistadores y de misioneros franciscanos. Hacía ya tres semanas que habían cruzado el río del Norte por El Paso.
Al llegar al territorio que hoy forman los Estados Unidos, la caravana de 83 carretas que transportaba al Oeste una nueva raza y una nueva cultura habían descansado el día de Jueves Santo para celebrar la Semana Santa. A orillas del río Sacramento celebraron por primera vez el rito de Penitencia con el que conmemoraban el Viernes Santo. Para solemnizar la ocasión se hizo una procesión de silencio y los soldados, imitando a su general Oñate, flagelaron sus carnes en el silencio del páramo. Hoy día en la comarca cercana a Santa Fe, la ciudad que él fundara, todavía celebran la Semana Santa los hermanos de la luz azotándose sus carnes22.
Después de tomar posesión de las tierras de Nuevo México en nombre del Rey, Oñate se estableció entre los pueblos tiwa, la primera ciudad española establecida veinte años antes de que Plymouth fuera fundada. La nueva colonia empezaba su vida social con una semana de fiestas en la que hubo corrida de toros, juegos de cañas y sortijas y una comedia teatral de moros y cristianos, escrita por el capitán Farfán. Esta comedia sigue viva en Nueva México y forma parte de las celebraciones de Chimayó23.
Entre los indios que curiosamente observaban a los recién llegados y espiaban sus movimientos y tácticas había un grupo de indios queres de Acoma que regresaron a su tierra con las noticias de los nuevos intrusos.
En el ejército de Oñate tres nombres van a sobresalir en la historia: sus dos sobrinos, Juan de Zaldívar, maese de campo y Vicente Zaldívar, sargento mayor. Junto a ellos sobresale el nombre del famoso capitán-poeta de Salamanca: Gaspar de Villagrá. Los hechos de sus hazañas han quedado escritos en su Historia de la Nueva México.